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miércoles, 11 de mayo de 2016

De Anglicanos y Jesuitas


La verdad es que, si no fuera por la gravedad del cisma, la herejía y todo eso, daría gracias a Dios todas las semanas por el anglicanismo. Yo diría que, entre los innumerables grupos engendrados por las obsesiones de Lutero, es la confesión más curiosa y que mayor entretenimiento me ha proporcionado durante años.
En el anglicanismo cabe absolutamente todo. Hagan la prueba: piensen lo más absurdo que se les ocurra y seguro que hay un pastor u obispo anglicano, en algún lugar del mundo, que lo considera lícito, evangélico y (probablemente) obligatorio.  Desde dar la comunión a un perro a quitar las cruces para no asustar a nadie, pasando por la inter-fe, los chakras y la sexualidad sagrada, la idea de que la posesión diabólica es un “don de conciencia espiritual”, las bendiciones de clínicas abortistas o el budismo cristiano. En cierto modo, estas cosas son normales, porque la herejía no es más que una imitación deformada de la fe, igual que el demonio es el mono de imitación de Dios, y de premisas erróneas se siguen todo tipo de comportamientos más o menos disparatados.
¿Por qué hablo de esto hoy? Porque los herederos de Enrique VIII me han vuelto a soprender. A través del comentario de una lectora, me enteré el otro día de que los anglicanos “canonizaron” en los años ochenta a Tomás Moro. Sí, han leído bien, el calendario litúrgico anglicano conmemora cada 6 de julio a Santo Tomás Moro y a San Juan Fisher, es decir, precisamente los mártires católicos que dieron su vida por oponerse a la formación del anglicanismo. Santo Tomás, que había sido Lord Canciller de Inglaterra, y San Juan Fisher, obispo de Rochester, fueron decapitados como traidores al mantenerse fieles al Papa, a la doctrina católica y a la verdad, rechazando los errores anglicanos.
También conmemoran a Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, Santa Catalina de Siena y otros santos católicos, a pesar de cualquiera de ellos habría condenado el anglicanismo como una herejía aborrecible e impía. Por otra parte, no parece importarles conmemorar al mismo tiempo al pobre Thomas Cranmer, el arzobispo de Canterbury, que fue, en casi todo, el opuesto de Santo Tomás Moro y que traicionó repetidamente tanto al catolicismo como al protestantismo, por no hablar de sus propias promesas y juramentos.
Aparentemente, todos ellos son conmemorados por ser “fieles a su conciencia”, que es ya el colmo del relativismo. Por las mismas razones, podrían incluir en su calendario litúrgico a gente tan variada como Confucio, Idi Amín, mi vecino del cuarto, Pol Pot o Jack el Destripador. ¿O es que alguien ha inventado un concienciómetro para saber si estos fueron o no fieles a su conciencia?
En fin, uno ve estas cosas y piensa que sólo pueden suceder en el anglicanismo… Hasta que, casualmente, lee en Internet que los jesuitas de la revista Americaotorgaron en 2009 el premio Edmund Campion al arzobispo anglicano de Canterbury, Rowan Williams, por ser un “distinguido hombre de letras cristiano”. Es decir, más o menos lo mismo pero en dirección contraria.
Para los lectores españoles que no lo conozcan, explicaré que San Edmund Campion fue un jesuita martirizado por los anglicanos. Aunque Santo Tomás Moro y San Juan Fisher fueron los más conocidos, hubo muchos otros mártires católicos en Inglaterra, desde laicos hasta monjes cartujos (en el libro Carmina Catholica, escribí un poema sobre aquellos cartujos martirizados de forma atroz). Pablo VI canonizó a cuarenta de ellos en 1970.
Una buena parte de esos mártires fueron jesuitas, que se ordenaban en otros países y acudían disfrazados a Inglaterra, para predicar, celebrar la Misa y confesar, actividades que estaban penadas con la muerte. Entre ellos, destacó Campion por su elocuencia y sus cualidades intelectuales (había estudiado en Oxford).
San Edmund se disfrazó de comerciante de joyas y viajó a Londres. Allí escribió varios panfletos, que tuvieron un gran impacto entre los ingleses. El más famoso de ellos es conocido por los anglicanos como la “fanfarronada de Campion” y por los católicos como el Desafío al Consejo de Ministros, un breve escrito en el que decía que no era necesario que utilizasen argucias para conseguir de él una confesión, porque estaba encantado de proclamar que era un sacerdote católico jesuita y que había acudido a Inglaterra a predicar el Evangelio, celebrar los sacramentos y rebatir los errores. Asimismo, se ofrecía para una discusión pública sobre la fe ante los sabios y doctores del reino, convencido de que todos los argumentos de los protestantes eran como paja ante la fe católica y esperando convertir al catolicismo a la propia Reina. Después de confirmar en la fe a muchos católicos ocultos, finalmente fue detenido, encarcelado, torturado y ejecutado en Tyburn (donde lo ahorcaron, destriparon y descuartizaron).
Todo ello para que, cinco siglos después, los jesuitas otorguen el premio que lleva su nombre al principal arzobispo anglicano. Y no un arzobispo anglicano convertido al catolicismo (en nuestra época ha habido unos cuantos obispos anglicanos que se han hecho católicos, gracias a Dios), sino uno que sigue rechazando todo aquello por lo que murió Campion y conocido entre otras cosas por su apoyo a la consagración de obispesas, que dio al traste con cualquier acercamiento ecuménico entre el anglicanismo y el catolicismo.
Ciertamente, hay abusos y barbaridades incomparablemente más graves, pero esta manera de actuar es indicativa de una forma mentis peculiar, que considera el pasado de la Iglesia como una era oscura, llena de oscuridad e intolerancia, que ha sido superada por la última novedad que se le ocurre esta década al Mundo. Da la impresión de que ahora todo eso del martirio ha pasado de moda y lo que se lleva es llevarse bien, la doctrina más importante es que las diferencias de doctrina no tienen importancia y anglicanos y (algunos) jesuitas pugnan con ardor por convertirse mutuamente a un indiferentismo religioso del que ya están de sobra convencidos. Se da por supuesto, sin necesidad de decirlo abiertamente, que San Edmund era un fundamentalista y que no hace falta “restaurar la fe” en Inglaterra porque, en realidad, basta con que uno sea fiel a su propia conciencia y así nos ahorramos todos un montón de molestias y podemos jugar más tiempo al golf.
No sé y prefiero no imaginar lo que pensaría de esto el propio San Edmund, que decía a los anglicanos en su Desafío: “En lo que respecta a nuestra orden, debéis saber que hemos formado una liga —todos los jesuitas del mundo […] para llevar alegremente la cruz que coloquéis sobre nosotros y para no desesperar nunca de recobraros [para la Iglesia], mientras nos quede a un solo hombre para disfrutar de vuestro Tyburn o para ser torturado en el potro y consumido en vuestras prisiones. Hemos calculado los gastos y emprendido la aventura. Es de Dios y nadie podrá oponerse a ella. Así se plantó la fe y así deberá restaurarse”.
En fin, uno ve estas cosas y piensa que sólo pueden suceder entre (algunos) jesuitas desnortados, pero entonces lee que L’Osservatore Romano, el periódico semioficial de la Santa Sede, ha publicado un artículo titulado “Un año para celebrar la Reforma”El artículo, además de hablar de celebrar lo incelebrable, dedica la mitad de sus líneas a las declaraciones de una obispesa luterana sueca, que aprovecha para comparar a Martín Lutero y al Papa Francisco (porque cada uno fue un “reformador” en “su Iglesia"). Y, francamente, uno llega a la conclusión de que es mejor dejar de pensar en estas cosas y ponerse de rodillas para rezar un rato por la Iglesia. Hay que rezar mucho por la Iglesia.
Santo Tomás Moro, San Juan Fisher, San Edmund Campion y todos los santos mártires ingleses, rogad por nosotros.
http://infocatolica.com/blog/espadadedoblefilo.php/1605091006-de-anglicanos-y-jesuitas-valg

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