"No temais, Manada Pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino". Lucas 12:32
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miércoles, 1 de junio de 2016
La Parousía No Será Secreta, Y Está a La Vista Su cumplimiento
Venida. Gr. parousía, "presencia" o "venida". Aparece con frecuencia en los papiros para referirse a la visita de un emperador o de un rey. También aparece en los vers. 27, 37, 39, pero en ningún otro pasaje de los Evangelios, aunque es común en las epístolas. En algunos casos, se emplea para referirse a la "presencia" como lo contrario de "ausencia", como ocurre en Fil. 2: 12; pero, con más frecuencia, se emplea para referirse a la venida de Cristo, como ocurre en 2 Tes. 2: 1, o de hombres, como en 1 Cor. 16: 17. En el NT aparece como término específico, para referirse a la segunda venida de Cristo. No hay nada en el término parousía que denote una venida secreta. Pareciera que los discípulos entendían que Jesús se había de ir por un tiempo, después del cual volvería con poder y gloria para tomar su reino. Sin duda, Jesús ya había dado más instrucciones al respecto que las que se registran en los Evangelios (CS 28). La creencia popular sostenía que cuando viniera el La abominación desoladora. Ver com. Dan. 9: 27; 11: 31; 12: 11. Las palabras griegas de este texto son similares a las que se emplean en Daniel, en la versión de los LXX (cf. 1 Mac. 1: 54). Entre los judíos, con frecuencia se denominaba "abominación" a un ídolo o a algún otro símbolo pagano (1 Rey 11: 5, 7; 2 Rey. 23: 13; etc.), o también a alguna cosa que resultaba ofensiva desde el punto de vista religioso (Exo. 8: 26; cf. Gén. 43: 32; 46: 34; etc.). El pasaje paralelo de Lucas dice: "Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado" (cap. 21: 20). El acontecimiento predicho aquí es, evidentemente, la destrucción de Jerusalén llevada a cabo por los romanos en el año 70 d. C., cuando se instalaron los símbolos de la Roma pagana dentro del predio del templo. Cuando se suprimió la rebelión judía de Barcoquebas en el año 135 d. C., los romanos erigieron un templo a Júpiter Capitolino en el sitio del antiguo templo judío, y se les prohibió a los judíos, so pena de muerte, entrar en la ciudad de Jerusalén. La profecía de Daniel. Esta referencia a Daniel demuestra que Jesús entendía que Daniel era un personaje histórico, que había sido profeta y que había escrito el libro de Daniel. Debido a que la profecía de Daniel señalaba tan claramente el momento cuando el Mesías había de aparecer, los rabinos, en siglos posteriores, pronunciaron una maldición sobre quienes intentaran computar ese tiempo (CS 428; Talmud Sanhedrin 97b). Entienda. Quienes afirman que el libro de Daniel es un libro sellado y que no puede entenderse, harían bien en tomar en cuenta esta clara declaración de Cristo en el sentido contrario. A medida que se acercaban los acontecimientos predichos, era esencial que el pueblo de Dios supiera de qué había hablado el profeta. Estos sucesos estaban a menos de 40 años, dentro del límite de la vida de muchos de los de esa generación. Del mismo modo, a medida que se acercan los acontecimientos relacionados con el fin del mundo (ver com. vers. 3), los cristianos deberían ser diligentes en su intento de comprender lo que se ha escrito para su admonición (ver Amós 3: 7; Rom. 15: 4; 1 Cor. 10: 11). 16. Huyan a los montes. Así como lo había hecho el pueblo hebreo a través de los siglos al ser invadido por extranjeros (Juec. 6: 2; 1 Sam. 13: 6; Heb. 11: 38). Josefo dice (Guerra vi. 9. 3) que más de un millón de personas perecieron durante el sitio y después del mismo, y que unas 97.000 más fueron llevadas cautivas. Sin embargo, durante un respiro temporario, cuando los romanos inesperadamente levantaron el sitio de Jerusalén, todos los cristianos huyeron, y se dice que ninguno de ellos perdió la vida. Se refugiaron en Pella, ciudad ubicada en los cerros al este del río Jordán, a unos 30 km al sur del mar de Galilea. Según informa Josefo (Guerra vi. 9. 1), Tito, comandante de los ejércitos romanos, confesó que ni sus ejércitos ni sus máquinas 488 de guerra podrían haber abierto una brecha en los muros de Jerusalén si Dios mismo no lo hubiera querido. La tenaz defensa de la ciudad enfureció de tal modo a los soldados romanos que, cuando finalmente pudieron entrar en la ciudad, su afán de vengarse no tuvo límites.
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