LA OBEDIENCIA
LA VERDADERA FE, SE MANIFIESTA MEDIANTE LA OBEDIENCIA
Isaac, que iba a ser sacrificado, cargó con la leña; el padre llevó el cuchillo y el fuego, y juntos ascendieron a la cima del monte. El joven iba silencioso, deseando saber de dónde vendría la víctima, ya que los rebaños y los ganados habían quedado muy lejos.
Finalmente dijo: “Padre mío, ... he aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?”
¡Oh, qué prueba tan terrible era ésta! ¡Cómo hirieron el corazón de Abrahán esas dulces palabras: “Padre mío!”
No, todavía no podía decirle, así que le contestó: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.” Génesis 22:5-8.
En el sitio indicado construyeron el altar, y pusieron sobre él la leña. Entonces, con voz temblorosa, Abrahán reveló a su hijo el mensaje divino. Con terror y asombro Isaac se enteró de su destino; pero no ofreció resistencia. Habría podido escapar a esta suerte si lo hubiera querido; el anciano, agobiado de dolor, cansado por la lucha de aquellos tres días terribles, no habría podido oponerse a la voluntad del joven vigoroso. Pero desde la niñez se le había enseñado a Isaac a obedecer pronta y confiadamente, y cuando el propósito de Dios le fué manifestado, lo aceptó con sumisión voluntaria. Participaba de la fe de Abrahán, y consideraba como un honor el ser llamado a dar su vida en holocausto a Dios. Con ternura trató de aliviar el dolor de su padre, y animó sus debilitadas manos para que ataran las cuerdas que lo sujetarían al altar.
Por fin se dicen las últimas palabras de amor, derraman las últimas lágrimas, y se dan el último abrazo. El padre levanta el cuchillo para dar muerte a su hijo, y de repente su brazo es detenido.
Un ángel del Señor llama al patriarca desde el cielo: “Abraham, Abraham.” El contesta en seguida: “Heme aquí.”
De nuevo se oye la voz: “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; que ya conozco que temes a Dios, pues que no me rehusaste tu hijo, tu único.” Vers. 11, 12.
Entonces Abrahán vió “un carnero a sus espaldas trabado en un zarzal,” y en seguida trajo la nueva víctima y la ofreció “en lugar de su hijo.” Lleno de felicidad y gratitud, Abrahán dió un nuevo nombre a aquel lugar sagrado y lo llamó “Jehová Yireh,” o sea, “Jehová proveerá.” Vers. 13, 14.
En el monte Moria Dios renovó su pacto con Abrahán y confirmó con un solemne juramento la bendición que le había prometido a él y a su simiente por todas las generaciones futuras.
“Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único; bendiciendo te bendeciré, y multiplicando multiplicaré tu simiente como las estrellas del cielo, y como la arena que está a la orilla del mar; y tu simiente poseerá las puertas de sus enemigos: en tu simiente serán benditas todas las gentes de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.” Vers. 16-18.
“Abrahán creyó a Dios, y le fué imputado a justicia, y fué llamado amigo de Dios.” Santiago 2:23.
“Los que son de fe, los tales son hijos de Abraham.” Gálatas 3:7.
Pero la fe de Abrahán se manifestó por sus obras. “¿No fué justificado por las obras Abraham, nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe obró con sus obras, y que la fe fué perfecta por las obras?” Santiago 2:21, 22.
Son muchos los que no comprenden la relación que existe entre la fe y las obras. Dicen: “Cree solamente en Cristo, y estarás seguro. No tienes necesidad de guardar la ley.” Pero la verdadera fe se manifiesta mediante la obediencia.
Cristo dijo a los judíos incrédulos: “Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais.” Juan 8:39.
“Oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes.” Génesis 26:5.
“La fe, si no tuviere obras, es muerta en sí misma.” Santiago 2:17.
“Este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son penosos.” 1 Juan 5:3.
Mediante símbolos y promesas, Dios “evangelizó antes a Abraham.” Gálatas 3:8. Y la fe del patriarca se fijó en el Redentor que había de venir.
Cristo dijo a los judíos: “Abraham vuestro padre se gozó por ver mi día; y lo vió, y se gozó.” Juan 8:56. El carnero ofrecido en lugar de Isaac representaba al Hijo de Dios, que había de ser sacrificado en nuestro lugar. Cuando el hombre estaba condenado a la muerte por su transgresión de la ley de Dios, el Padre, mirando a su Hijo, dijo al pecador: “Vive, he hallado un rescate.”
Fué para grabar en la mente de Abrahán la realidad del Evangelio, así como para probar su fe, por lo que Dios le mandó sacrificar a su hijo. La agonía que sufrió durante los aciagos días de aquella terrible prueba fué permitida para que comprendiera por su propia experiencia algo de la grandeza del sacrificio hecho por el Dios infinito en favor de la redención del hombre. Ninguna otra prueba podría haber c
ausado a Abrahán tanta angustia como la que le causó el ofrecer a su hijo.
Dios dió a su Hijo para que muriera en la agonía y la vergüenza. A los ángeles que presenciaron la humillación y la angustia del Hijo de Dios, no se les permitió intervenir como en el caso de Isaac. No hubo voz que clamara: “¡Basta!” El Rey de la gloria dió su vida para salvar a la raza caída. ¿Qué mayor prueba se puede dar del infinito amor y de la compasión de Dios? “El que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Romanos 8:32.
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Fuente:
Ellen White, Historia de los Patriarcas y Profetas, capítulo 13, la Prueba de la Fe.
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